MARÍA NOS ENSEÑA A SEGUIR A JESÚS
Basil Darker Gaete
Estudiante Camilo
Cómo dice la Oración Inicial del Mes de María, “en este mes bendito todo resuena con su nombre y alabanza”, pero lo que más se enriquece al cultivar un amor sincero a María es el amor a Jesús, cada vez que nuestra alma se dirige a María, ella amorosamente nos indica a su Divino Hijo. Si alguno quisiera orientar su seguimiento de Jesús desde la mirada de María, le sugeriría centrarse en tres lugares: Nazaret, Belén y Jerusalén.
1) Nazaret (Lucas 1, 26 – 38)
Nazaret es la aldea insignificante donde residía una joven virgen también insignificante, pero educada en un medio de judíos humildes y piadosos que esperaban la pronta manifestación de Yahve para salvar a su pueblo a través de la llegada del Mesías, quien restauraría el reino de David y la gloria del pueblo de Israel, en aquellos momentos mancillada por el dominio romano. Por eso no llama la atención que el ángel recalque a María que el Niño que ha de venir “llevará el título de Hijo del Altísimo y Dios le dará el trono de David, su padre” (Lc. 1, 32). María es una joven de fe, que espera confiadamente la manifestación salvadora de Dios, sólo así se explica que ante una situación tan desconcertante, de una solicitud tan inusual (dice el texto que María quedó “desconcertada y se preguntaba qué clase de saludo era aquél”, Lc. 1, 29) e incluso albergando dudas humanas (Lc. 1, 34), María se asume completamente como “la esclava del Señor” y así permite a Dios llevar a cabo su plan de salvación. Dios jamás fuerza a nadie a seguir su voluntad, ¿qué otro Dios de la historia o de otras religiones tendría la delicadeza de preguntar a una humilde criatura suya si quiere colaborar con él en sus planes? Pero María, mujer de fe, sabe que la sabiduría de Dios es incomprensible ante la razón humana pero siempre busca la felicidad y plenitud de sus hijos, por lo tanto no queda nada más que rendirse generosamente a lo que le pide. Este texto nazareno nos invita a destacar la Fe en Dios, la conducta expectante ante Él (es decir, como María, siempre estar atentos a las manifestaciones de Dios en mi vida cotidiana; no aparecerá el ángel Gabriel probablemente, pero sí aparecerá el amigo o pariente en problemas, el hambriento, el pobre, el humillado, etc; recuérdese el Evangelio del Domingo pasado: “lo que hicieron a uno de estos pequeños, a Mí me lo hicieron”, Mt. 25, 31-46) y la disponibilidad generosa ante lo que nos pida, poder cada uno decir: “he aquí al esclavo, a la esclava del Señor”.
2) Belén (Lucas 2, 1-7; Lucas 2, 8-19)
Belén es la ciudad de David, cuna de la familia de José. Por este motivo la Sagrada Familia debe dirigirse a empadronarse en esta ciudad durante el censo. Relata el texto que en este momento a María le llega la hora de dar a luz, debiendo hacerlo indignamente, junto a los animales de un pesebre, ya que no había ningún otro sitio en donde albergar. María y José son una pareja humilde, acostumbrada a las penurias, a la pobreza, a no tener grandes lujos ni cosas, pero venir a nacer el Mesías en un sitio “tan poca cosa”, no deja de ser, nuevamente, una experiencia desconcertante. Más aun cuando después llegan pastores contando de ángeles que cantan en el campo y magos extranjeros confirmando que este niño tan común y corriente a los ojos de los hombres es y llegará a ser alguien que realmente remecerá las bases de la humanidad. Nos hablan poco estos textos de las reacciones de María y José ante todo esto, pero creo que lo más importante queda resumido en esta frase, que se repetirá en otros sitios: “todos los que lo oyeron se asombraban de lo que contaban los pastores, pero María conservaba y meditaba todo en su corazón”. Cuando leo este texto me imagino que diría María en su corazón, mientras todos los demás se asombraban. “¡si supieran lo que Dios tiene preparado a los hombres a través de este niño, si supieran lo que me dijo el Ángel sobre él!” Y la Madre contempla en Dios y con Dios todo lo que le ha pasado y lo que está viviendo, lo medita, lo guarda en el corazón, y tal vez por eso no se turba, no se asombra, no se enoja sino que nuevamente María, a pesar de todo, se vuelve a arrojar con confianza plena en la voluntad del Padre, recordando las palabras que le dirigiera el ángel Gabriel: “no temas María, que gozas del favor de Dios” (Lc. 1, 30), no temas, María, “nada es imposible para Dios”. Belén nos recalca nuevamente la fe-confianza en Dios y la aceptación pacífica y confiada de su voluntad. Nuestros ángeles guardianes seguramente también nos repiten en los momentos más duros: No temas Diego, Paulina, Basil, etc., que gozas del favor de Dios.
3) Jerusalén (Juan 19, 25-27)
Jerusalén es la capital administrativa de la Palestina romana y capital religiosa del pueblo de Israel, sede del Templo levantado por Salomón, y es en Jerusalén donde las fuerzas políticas y religiosas condenan a muerte al Hijo de Dios, al Hijo de María. El texto de Juan nos dice que “junto a la cruz de Jesús estaba su madre” y si estaba allí, no es deschavetado pensar que estuvo ahí durante todo el triste, injusto y dramático proceso: cuando le gritaban “preferimos a Barrabás, a ese otro crucifícalo”, cuando sus discípulos se esfumaban espantados, cuando sus enemigos se reían de él, lo golpeaban, lo escupían, se reían de él, ¡de Él, el Hijo de Dios vivo, el que había de restaurar el reino de su padre David, el que traería la paz a Israel! María estaba allí y estuvo de pie allí junto a la cruz. Ignacio Larrañaga, sacerdote capuchino, escribe que junto a la cruz, María acompaña con dignidad a su Hijo torturado “siendo Señora de Sí Misma, antes que Nuestra Señora”. ¡Cuántos de los momentos y palabras que durante la vida de su Hijo ella había “guardado en el corazón” estarán aflorando en ese momento a los pies de la cruz! Y ella permanece ahí, fiel ante todo a su Hijo y confiada en los planes de Dios Padre a pesar del absurdo del dolor irracional y la muerte. En medio de esta impresionante escena, Jesús, quien no se cansa de amar a los suyos ni siquiera en sus momentos de máxima aflicción, se preocupa de que su madre, ya mayor y viuda, no quede desamparada tras su muerte y la entrega al discípulo amado. María acepta generosamente (¡otra vez!) su nueva maternidad. “Hijo, ahí está tu madre”, “Mujer ahí tienes a tu hijo”, “Y desde aquél día el discípulo acogió a María en su casa”. En este bello gesto de no dejar desamparada a María, Jesús no nos deja desamparados a nosotros: nos regala a la mejor de las madres, la que por medio de su ejemplo de discipulado, confianza en Dios y en su voluntad, por medio de su capacidad de estar atenta a servir al que la necesite (recuérdese cuando acude a ayudar a su prima embarazada (Lc. 1, 39. 56) o se da cuenta de que unos novios pueden quedar en gran vergüenza porque se les acaba el vino de la fiesta (Jn.2, 2-5)) y de su capacidad de enfrentar los momentos complicados de la vida (no por confiar en sí misma ni buscar en si misma las explicaciones de lo que pasa, sino amparándose en el Padre que la ama intensamente) nos enseña a seguir a Jesús diciéndonos incesantemente como dijo en Caná: “Hagan todo lo que Él les diga” (Jn. 2, 5).
Espero que la meditación de estos momentos de la vida de Cristo y María, encarnados en estos tres lugares santos les ayude a desarrollar mejor su misión como monitores de confirmación y logren transmitir de buena manera a los jóvenes cuánto les aman Jesús y María.
¡Un saludo afectuoso! ¡Paz y bien!